Hoy llegamos a la tercera y última parte de esta serie de posts, dedicados a la vida en el mar a finales del siglo XV. Esta tercera entrega trata sobre la calamitosa vida a bordo de las embarcaciones durante los viajes al Nuevo Mundo.
La vida a bordo
El embarque entrañaba, para el marino y para el simple viajero, penetrar en un mundo incómodo y estrecho, en el que a la sensación de sostenerse sobre una plataforma resbalosa e inestable y sometida a cabezadas, se sumaba el tener que desplazarse torpemente bajo cubierta agachado para evitar golpearse con los baos, dormir en cualquier parte sobre unas mantas, ya que aún no existían los coys, y aspirar permanentemente unos humores pútridos que subían de la sentina. Todo ello en las mejores circunstancias de bonanza.
Embarcar suponía entrar y formar parte de la dotación de la máquina más sofisticada y compleja de la época. Un mundo que en si garantiza trabajo duro para todos, acompañado con voces peculiares de acción respondidas por otras, y cantos colectivos tradicionales y rítmicos para aunar el esfuerzo de los marineros en las faenas.
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