Continuando con la entrada dedicada a las actuaciones del Cid en el Levante, actuaciones que le allanaron el camino hacia Valencia, vamos a desarrollar en esta ocasión con la campaña más célebre del de Vivar, la conquista de Valencia, objetivo que se había convertido en una obsesión para él,
En julio del año 1093, Rodrigo Díaz de Vivar, tras haberse hecho fuerte en la plaza de Juballa, comenzó a marcarse una hoja de ruta para conseguir la rendición de Valencia. Con la idea de aislar la ciudad, el Campeador dispuso desmantelar los campamentos que rodeaban las murallas valencianas. A la misma vez, ordenaba bloquear todas sus entradas y salidas. Una ciudad cerrada herméticamente era más proclive a ser vencida, pues se veía desprovista de cualquier ayuda exterior, así como de la reposición de víveres que los ciudadanos necesitaban para subsistir. De hecho, era el primer paso para poner Valencia bajo asedio. Además, se anexionó los principales arrabales valencianos, Villanueva y Alcudia, obteniendo de esta manera unos nuevos focos donde vender excedencias y comprar provisiones para sus hombres.
El Cid pacta con Ibn Yahhaf
Pero si bien Rodrigo consiguió hacerse, casi sin oposición con los exteriores de la ciudad, la realidad con respecto al interior era bien distinta. Con los almorávides dentro de la ciudad se hacía más difícil que Valencia se rindiese o, cuanto menos, se llegase a un acuerdo entre ambas partes. No obstante, la relación entre las facciones de almorávides y la de Ibn Yahhaf era cada vez más tensa, recurso que el Cid Campeador no dudaría en aprovechar.
Y así fue, tratando de ganársela confianza del cadí valenciano, Rodrigo prometió a Ibn Yahhaf en que se convertiría en el nuevo rey de Valencia a cambio de expulsar a los almorávides de Valencia. Ante tal proposición, el cadí valenciano, ante la perspectiva de ser el nuevo monarca, no dudó en aliarse con el Campeador. Finalmente, los almorávides, aislados en Valencia, acabarían por abandonar la ciudad. A este triunfo, habría que sumar el pago de rentas por parte de Ibn Yahhaf al de Vivar, así como la cesión de las huertas circundantes a Valencia.
Una nueva amenaza almorávide
A pesar de que los almorávides habían salido de la ciudad, por ser escasos en número y por no contar con la simpatía del cadí de la ciudad, ya se tenía constancia de que una nueva hueste se aproximaba a la ciudad del Turia. Ante esta nueva vicisitud, y con perspectiva de ver peligrar su lento avance sobre Valencia, el Cid decidió preparar la contraofensiva al ataque almorávide. Por otra parte, la población de Valencia veía a los guerreros norteafricanos como un posible salvoconducto al yugo cidiano, lo que animó a los valencianos a mostrarse más belicosos con respecto a las tropas de Rodrigo. Esto, sumado a la antipatía que despertaba Ibn Yahhaf entre los valencianos por su apoyo al Campeador, promovió un cambio en la actitud de este último con respecto a la ciudad, actitud que se plasmaría muy pronto en su nueva forma de actuar.
No obstante, mientras el Cid esperaba la llegada de los almorávides, decidió acabar con los puentes que se elevaban sobre el Turia, a la vez que anegaba la huerta valencia. Estas acciones permitirían a Rodrigo Díaz de Vivar de gozar de una situación estratégica con respecto a los almorávides, pues estos carecían de espacios abiertos sobre los que acceder a la ciudad. Por contra, deberían pasar por pasos estrechos que poco favorecían su ataque y posibilitaría al Campeador plantear una buena defensa.
Probablemente a finales de diciembre del año 1093, los almorávides ya se encontraban cerca de Valencia, ante la cual acamparon. Los valencianos por fin vieron un atisbo de esperanza cuando tuvieron esta visión desde las torres de la ciudad. Parecía que todo estaba preparado mientras caía la noche sobre tierras valencianas. El choque entre los hombres del Cid y las tropas almorávides. Sin embargo, al salir de nuevo el sol, lo valenciano contemplaron atónitos como no había ningún rastro de batalla y, menos, de los almorávides. Durante la noche, cayó una lluvia torrencial, lo que, unido a la falta de puentes y la inundación de la huerta, fue motivo suficiente para dar por descartada la intervención en Valencia, ante lo cual los norteafricanos dieron media vuelta y se retiraron.
Valencia bajo el asedio del Cid
A inicios de 1094 Valencia se encontraba totalmente bloqueada. No existía acceso por el que entrar o salir de la ciudad. Así mismo, los arrabales valencianos también habían ido cayendo en manos cidianas. A excepción del de Alcudia, los arrabales fueron cayendo en manos de las tropas cristianas y arrasados como estrategia de aproximación a las murallas de Valencia.
Ya adelantamos unas líneas más arriba que la estrategia del Cid con respecto a Valencia había cambiado. Pues bien, esta nueva actitud del de Vivar se hizo patente en ataques constantes, saqueos continuos y actuaciones sangrientas contra aquellos que eran sorprendidos escapando de las murallas.
La ciudad, bloqueada, experimentó una escalada vertiginosa del precio de los productos de primera necesidad. Tal fue la situación que los valencianos comenzaron a sufrir una gran carestía de productos, lo que arrojó a la población a las garras del hambre y, como consecuencia de esta, a prácticas horrorosas como la antropofagia. Mientras tanto, en el arrabal de Alcudia, la situación era totalmente opuesta. Una población bien surtida de productos y que gozaba de protección por parte del Cid, servía como arma psicológica contra los que permanecía al otro lado de las murallas. El mensaje era claro: mejor junto al Cid Campeador que contra él.
Lejos de ser el hambre el único problema de los valencianos que resistían intramuros, la población debía hacer frente a otra cuestión: la tiranía de su dirigente. Ibn Yahhaf, lejos de intentar buscar una vía para paliar el hambre de la población, comenzó a comportarse de una manera aún más tiránica. Para poder sobrellevar el alto de nivel de vida, comenzó a exigir más y más a una población ya desesperada.
«Solo los poderosos llegaban a alcanzar algo de lo que aún había, mientras los demás escasamente se sustentaban con los cueros, resinas y regaliz, y otros por debajo todavía con ratas, gatos y cadáveres humanos, cayendo sobre un cristiano, desplomado en el foso, agarrándolo con las manos, y repartiéndose su carne.»
Porrinas González, David, (2019): El Cid. Historia y mito de un señor de la guerra, Madrid, Desperta Ferro Ediciones, p. 230
Con los valencianos totalmente sometidos por el hambre, el Campeador intentó acelerar la caída de la ciudad mediante un complot contra el cadí valenciano. No obstante, el plan trazado entre el Cid y Abenuegib fue desbaratado por Ibn Yahhaf, ya que los conspiradores no consiguieron el apoyo necesario para alzar la sublevación.
Sin posibilidad de rendir la ciudad desde dentro, el Cid Campeador subió un peldaño más en la escalada de terror que creó en torno a Valencia. Escapar de la ciudad era ya una misión imposible, pues casi todos eran capturados tras traspasar las murallas. El destino de estos pobres infelices que salían de la población estaba ya predestinado. Persona que era atrapada, era cruelmente torturada y ejecutada. Más tarde, sus restos eran colgados frente a las murallas valencianas para que sirvieran de escarmiento a sus vecinos.
La rendición de Valencia
Llegados a este punto, en que la situación estaba en punto muerto, con una Valencia totalmente desprovista de víveres, con las calles abarrotadas de gente moribunda y fosas comunes por doquier el cadí valenciano decidió pactar con el Cid Campeador. El acuerdo al que llegaron ambos sería la concesión de una tregua condicional de 15 días. Al finalizar la misma, si Ibn Yahhaf no había logrado la ayuda que precisaba, debía rendir la ciudad al de Vivar.
Pasado el periodo de 15 días que el Cid facilitó a Ibn Yahhaf culminó sin que este último recibiese la ayuda de Ibn Aisha ni de Al-Mustaín, gobernantes de Murcia y Zaragoza respectivamente. Así pues, el cadí valenciano debía cumplir su palabra frente al Cid Campeador, por lo que, abriendo las puertas de la ciudad, Valencia pasaba así, el 16 de junio de 1094, a manos de Rodrigo Díaz de Vivar.
Tras unos interminables meses, el Cid conseguía por fin su sueño de ser el señor de Valencia. Fue capaz de llevar a cabo importantes negociaciones; infundió terror en la población cuando se vio desesperado; hizo gala de una gran destreza psicológica con respecto a los arrabales y el interior de la ciudad; pero, por encima de todo mostró sus grandes dotes bélicas, pues fue capaz de ir dominando poco a poco las tierras del Levante para finalmente dar el golpe sobre su gran deseo: Valencia. Se comportó, al fin y al cabo, como lo que era, un señor de la guerra.
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Bibliografía
- García Fitz, Francisco, (2021): «El Cid histórico», La Aventura de la Historia nº 267, pp. 20-25.
- Porrinas González, David, (2019): El Cid. Historia y mito de un señor de la guerra, Madrid, Desperta Ferro Ediciones.
- Porrinas González, David (2017), «Las campañas del Cid Campeador», El Cid, Desperta Ferro Antigua y Medieval nº 40, pp. 22-30.
- García Sanjuán, Alejandro (2020): «De un sitio a otro. Gentes transfonterizas» Vivir en tiempos del Cid, Desperta Ferro Arqueología e Historia nº 31, pp. 14-19.
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