El poder siempre se ha servido de la propaganda para mostrar aspectos importantes, aspectos que servían para granjearse el apoyo de los súbditos. Cualquier medio que pudiese servir de vehículo para tales fines era útil. Los retratos, monedas, libros, palacios, etc, son muestras de poder, que ayudan a crear una imagen autoritaria y eficiente del poder respecto a su cargo y obligaciones. Felipe II será un monarca que haga pleno uso de la propaganda, para mostrarse, sobre todo en el ámbito portugués, como el rey cristiano, el que podía gobernar los tres reinos cristianos de la Península Ibérica.
La preservación de la memoria, por encima de la palabra, y más allá de las imágenes, acabó por tener su puntal más fuerte en la escritura, capaz de representar mejor la memoria en el espacio y en el tiempo. La imprenta se usó como propaganda política, pero también derivó en una progresiva falta de credibilidad en lo impreso. La memoria divina es la única capaz de conservarse por si misma, por eso los hombres han recibido el don divino de la escritura, para conocer lo pasado y lo futuro. La memoria es sustancialmente humana.
La sociedad experimenta en estos momentos un proceso de escriturarización, por lo que la escritura cada vez abarcará a más capas de la sociedad. Los nobles que escriben las líneas de sus cartas, o varias de ellas, y firman con su propio puño, lo hacen como señal de diferenciación. De aquí surge el ir creando archivos familiares y privados, son guardianes de la memoria. En el siglo XVII, un archivo ya se concibe como una fuente histórica, en la que se conserva la escritura, a diferencia de la tradición oral. Los historiadores y escritores utilizaban su profesión para encubrir y llenar de gloria al mejor postor, escribían favoreciendo por interés. Como decía el marqués de Villena, Felipe Juan Fernández Pacheco, “cuesta poco una carta y tal vez se granjea mucho más con ella que con grandes dávidas y más con gentes de letras”.
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